“En el trabajo pasamos mucho tiempo y no hay ninguna razón, salvo lo que hacemos mal las personas, para que en ese entorno no podamos comportarnos y sentir y relacionarnos satisfactoriamente y sin sufrimientos. Si todos nos comportáramos de acuerdo a ciertos valores compartidos, podríamos ser felices, como dicen los filósofos”.

(Emilio Solis, Director General de Human Talent Factory)

 

La realidad empresarial actual distingue claramente tres tipos de empresas:

– Las empresas felices

– Las empresas infelices

– Las empresas infelices que se creen felices

Grandes empresas multinacionales como Coca-Cola, Google, Pixar o Nokia despuntan hoy bajo el apelativo de “empresas felices”, entendiendo como empresa feliz aquella en la que los trabajadores quieren trabajar, se sienten a gusto y se constituyen en abanderados de la mismas, que es lo que suele llamarse “orgullo corporativo”.

“La fórmula para triunfar se centra en proporcionar unos completos planes de desarrollo y formación profesional que permitan al talento brillar con luz propia y poner al alcance de las personas beneficios que les faciliten abordar su trabajo con la misma pasión con que encaran la vida.”

(Filosofía de Coca-Cola España)

Google va precedida por su fama de empresa donde las personas se divierten trabajando. Para dar lo mejor de uno mismo, lo primero es estar motivado, y lo segundo es estar a gusto, tener un lugar cómodo donde poder dar impulso a esa motivación y exprimir todo el potencial. Así, los trabajadores de Google disfrutan cada día de servicios gourmet gratuitos, gimnasio, clases de yoga, médico nutricionista, servicio de masajes… Teniendo en cuenta que el lugar de trabajo es el lugar donde nuestra vida discurre más horas al día, el hecho de sentirse cuidado en la empresa constituye un auténtico regalo y todo un revulsivo para la motivación y el compromiso profesional.

“Si las personas están bien, y tienen un entorno laboral de equilibrio, su compromiso, productividad, creatividad es mayor, y su rotación, conflictividad, absentismo es menor. Es un juego de sentido común donde todos ganamos: empresa, empleado y sociedad en general”. (Francisco Martín Frías, presidente de MRW)

Cada vez son más las empresas que cuidan su capital humano a base de implantar políticas de salario emocional frente a salario económico. Medidas reales de flexibilidad de horario; de conciliación de la vida personal con la familiar; supresión de la barrera que supone el control de fichaje tendiendo más la mano hacia la confianza en el empleado; programas de formación y desarrollo a medida, para que los empleados trabajen a la vez que siguen estudiando y mejorando sus capacidades; implantación de beneficios sociales; creación de un entorno laboral que facilite esa ilusión, que muchas veces parece utópica, de disfrutar y divertirse trabajando.

En el polo opuesto están las “empresas infelices”, que siguen concibiendo la forma de trabajo tradicional, estilo cadena de producción, donde el empleado no es más que un número más y, como ya hemos comentado, el control, las decisiones y la innovación vienen de arriba, y el pueblo llano no tiene ni voz ni voto.

En este concepto tradicional de empresa, la motivación principal de los empleados es la seguridad en el puesto de trabajo, y no aspiran a más. El miedo a perder el puesto es la sensación que invade todo, y el ambiente que se respira, de inerte continuidad y ausencia de cambios, no es propio de humanos sino de robots o autómatas. En este tipo de empresas, la diferencia entre los puestos superiores y los inferiores es abismal; los jefes son los jefes, y los empleados dan igual, incluso dan igual las aptitudes, motivaciones o potenciales que tengan, con tal de que estén allí haciendo que trabajan y acatando órdenes. Siendo así, por supuesto el talento no se valora, y la creatividad menos y, si puede ser, incluso se pisa, lo que inevitablemente provoca la frustración de los que, en ese entorno, osan o han osado alguna vez a tener algún tipo de aspiración.

Por otro lado, encontramos un tipo peculiar, esas empresas infelices que se creen felices. Está claro que, como dice el refranero popular “en todas partes cuecen habas”; no en todas las “empresas felices” hay gente feliz, porque nunca llueve a gusto de todos, e incluso en las “empresas infelices” hay gente que está a gusto porque ama la rutina y la sumisión. Pero sí que es curioso el caso de esas empresas, generalmente de origen familiar, mediana empresa, donde el rol directivo-familiar está diluido, y que han generado una filosofía propia en forma de “falsa felicidad”.

En este tipo de empresa la flexibilidad, la alegría, la conciliación y todos esos valores que van unidos a la igualdad y a la justicia en las empresas efectivamente felices, solamente se aplican a unos pocos. La imagen, de puertas para afuera, en estas empresas raya la perfección: los empleados y los jefes son coleguitas, incluso salen juntos durante el tiempo libre; el “buen rollo” parece imperar como insignia del clima laboral; se organizan eventos, actividades y, en ocasiones, llueven ríos de cava para celebrar lo felices que son y lo bien que, gracias a esto, trabajan juntos; se implantan políticas de beneficios sociales y demás atenciones para “valorar” (entre comillas) a ese empleado-amigo.

Pero la realidad subyacente es otra muy diferente: la realidad es que los coleguitas son sólo cuatro, pero hacen mucho ruido, y son solo ellos los que se llevan los aplausos del jefe porque son precisamente los que le hacen la pelota; las actividades y borracheras extra sólo sirven para estigmatizar a los que no entran en el juego y convertirles en seres invisibles, simplemente porque no llevan puesta la camiseta de la empresa; la flexibilidad horaria y la conciliación es sólo para unos pocos, sin criterio ni justificación posible, simplemente por apreciación subjetiva del superior.

La doble moral de este tipo de empresas puede llegar a ser, en la mayoría de las ocasiones, incluso más dañina que la filosofía automatizada de la “empresa infeliz”, sobre todo porque, en estas empresas, el empleado nunca sabe a qué atenerse, sobre todo si el “efecto halo” ha hecho acto de presencia y, desde el principio, ya lleva puesta la cruz de “tú no perteneces al club”.

La seña de identidad de las empresas infelices que se creen felices es la injusticia y la desigualdad, que pueden llegar a ser más frustrantes que la falta de motivación o la minusvaloración del talento.

En general, no somos mercenarios. Si el trabajo se asocia a ganancia económica para poder pagar la hipoteca y para tener un salvavidas frente a la crisis, y el lugar de trabajo se convierte en ese horrible lugar al que hay que asistir cada día, sintiéndonos solamente víctimas, para ver pasar los días hasta que el feliz calendario anuncia que ¡por fin es viernes!; si el entusiasmo, las ganas de crear y de crecer, la satisfacción personal de sentir que el salario es una recompensa justa por el trabajo bien hecho, e incluso la sensación de divertirnos trabajando, no tienen cabida aquí, deberíamos preguntarnos seriamente qué estamos haciendo con nuestra vida.

 «Imaginen la vida como un juego en el que ustedes hacen malabarismos con cinco bolas que arrojan al aire. Son: el trabajo, la familia, la salud, los amigos y el espíritu. Pronto se darán cuenta de que el trabajo es una bola de goma. Si se cae, rebota. Pero las otras cuatro bolas: familia, salud, amigos y espíritu, son de vidrio. Si dejan caer una de esas, van a quedar irrevocablemente dañadas. Nunca volverán a ser las mismas. Compréndanlo y busquen el equilibrio en la vida”.

(Bryan Dyson, presidente de Coca-Cola, en su discurso en la Dirección de Tecnología de Georgia, en 1996)

 

Poseer una buena colección de talentos, de empleados cualificados, comprometidos y motivados, y fomentar ese talento para que se libere y vuele hacia la consecución del mayor valor posible, debería ser el objetivo de toda empresa consciente del valor de los recursos humanos y de lo que estos pueden aportar al conjunto del talento organizativo. El talento se puede exprimir, y es importante exprimirlo lo más posible para sacar todo su valor. El empleado que se siente exprimido tiene mucha más papeletas para estar motivado y contento, ya que, no sólo se siente valorado en la empresa, sino también feliz por estar dando de sí todo su potencial. Y es que, como destaca la genial Pilar Jericó en su libro “La nueva gestión del talento”, hemos pasado -aunque muchas empresas no quieran ser conscientes de ello- de un concepto de trabajador tradicional, cuyo lema era “trabaja duro y ten éxito”, a un profesional con talento cuyo lema, ahora bien diferente, es “trabaja bien, disfruta con tu trabajo y supérate”.

[Extracto del libro “Grafología en la gestión del talento”, Sandra M. Cerro, Plataforma Editorial]

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 Sandra Cerro, Grafóloga y Perito calígrafo

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