Joaquín Sorolla, el pintor de la luz

[Artículo escrito en 2011 y revisado en agosto de 2022]

Luz, mucha luz, y una extraordinaria y acariciadora calidez son las primeras sensaciones que se vierten sobre uno al entrar por las puertas de la que fue casa de Joaquín Sorolla, en Madrid, hoy museo dedicado a la vida y obra del artista. El espíritu del maestro, impregnado en las paredes con la insignia imperturbable de su pincel, en su colección de cerámicas, y antigüedades, en sus libros y objetos personales donde aún parecen destellar sus huellas, en cada amplia estancia que pretenden todas querer abrir su alma a la luz y, sobre todo en la multitud de cuadros que rodea al admirador boquiabierto, que no deja de girar sobre sí mismo para dejarse envolver completamente en un abrazo de paisajes y colores…; ese espíritu del maestro parece estar diciendo “bienvenido a mi legado. Bienvenido a mi mundo”.

Querida Clotilde

Nacido en Valencia, el 27 de febrero de 1863, Joaquín Sorolla quedó huérfano de sus padres siendo muy niño y quizás fue este hecho lo que marcó más su deseo de formar una familia y su ímpetu por mantenerla unida. En 1888 se casó con Clotilde García, su “querida Clotilde” a la que cariñosamente llamaba “mi ministro de Hacienda”, y con la que tuvo tres hijos, Elena, Joaquín y María Clotilde. La serenidad de esta vida familiar inspira la mayor parte de las obras de Sorolla y se refleja en escenas de cálidos veranos con paseos por la playa, niños nadando o jugando en la arena, jardines llenos de sol y personajes disfrutando de dinámica alegría, llenos de gestos de ternura y cordialidad, de la calidez de esa luz brillante tan suya, tan “Sorolla”, que lo inunda todo.

El pintor de la luz

El estilo de su obra viajó desde el Realismo, pasando por una etapa Naturalista hasta una equivocada catalogación como Impresionista. El auténtico y maduro Sorolla dio lugar a un estilo propio al que se calificó como “Luminismo”, caracterizado por el estudio impecable de los focos de luz y su traducción a un trazo limpio, donde los blancos brillantes regalan una extraordinaria calidez y calma a la escena.

Sorolla luminismo

Sorolla en Nueva York

Tras una exitosa exposición en 1906, en la Galería Georges Petit de París, que le llevó a ser reconocido en toda Europa, se dedicó a viajar y a exponer también en Nueva York y en Chicago. Pero su gran oportunidad internacional llegó en 1911 cuando firmó con la Hispanic Society of America para realizar catorce murales que decorarían las paredes de esta institución. Su “Visión de España” hizo a Sorolla recorrer el país durante años para empaparse de las costumbres más arraigadas y típicas de las distintas regiones españolas y poder plasmarlas, con una maestría sin precedentes, en gigantescos lienzos.

Las presuntas firmas falsas de Sorolla

A la mano de este artista no le gustaba demasiado firmar. De hecho, en efecto, gran parte de sus obras no tienen firma y, en las que la tienen, la impronta de Sorolla tiene un tamaño apenas perceptible. Algunos expertos aseguran que se han encontrado hasta cinco manos diferentes en las firmas de Sorolla.

Dado que le daba pereza firmar, cuando tenía que exponer gran cantidad de obras, animaba a su esposa e hijos a firmarlas en su nombre, lo que llegó a provocar no pocos quebraderos de cabeza a los estudiosos de su obra. Este dato de personalidad se aúna en el análisis grafológico de su escritura a la afirmación de una enorme sencillez y humildad en la figura de este artista.

Paseando despacio por el museo-casa de Sorolla, y deteniéndome con atención frente a cada uno de sus cuadros allí expuestos, me sentí maravillada al comprobar cómo algunos enormes lienzos tenían la firma completamente ausente, ni rastro de ella. De entre algunos de las que sí tenían, pude fotografiar algunas muestras y apreciar en ellas los diferentes modelos de firma, los cuales, a primer golpe de vista, parecen todos de la misma mano aunque con variaciones. La “J” sencilla de la inicial del nombre suele ir seguida de “Sorolla B.” ó de “Sorolla Bastida”, con el segundo apellido apoyado en un  ligero subrayado la mayoría de las veces.

El lugar preferido de Sorolla para firmar sus obras era el ángulo inferior derecho, aunque también hay algunas firmadas en el ángulo inferior izquierdo y otras, curiosas como la que se expone a continuación, donde la firma está situada, aún camuflada, entre los trazos centrales de la obra.

Sorolla firma

En una de las firmas sorprende el trazado de la “J” inicial bastante más ampulosa en tamaño y forma que las comunes en Sorolla, así como la “A” final del nombre de formato mayúsculas, que se observa pocas veces en su escritura. En la imagen inferior podemos encontrar otro ejemplo de esta “A” mayúscula entre minúsculas, a la que acompañan además una “s” (en “Bastida”) y una “r” (en “Sorolla”) centrales también mayúsculas inusuales en otras firmas del pintor, y que pudieran deberse a un periodo de ruptura con anteriores valores y un proceso de autoafirmación de la personalidad, en la etapa de formación e incipiente despunte artístico de Sorolla.

Un hombre apacible

Sorolla era capaz de plagar de pinceladas empastadas las aguas bravías del océano, o un mar gris oscuro a la vista desde el rompeolas, de la misma manera en que también podía dibujar los finos trazos en las aguas de la orilla, sosegados y tranquilos, invitando a los bañistas a zambullirse en ellas o simplemente a pasear sus pies descalzos acariciados por las templadas aguas.

Ese genio del arte y el otro genio del temperamento salen cuando quieren aunque, en general, Sorolla se caracterizaba por ser un hombre de carácter apacible. Esa templanza con brotes de ímpetu y vehemencia se refleja, al igual que en sus obras, también vivamente en su escritura.

Con una caligrafía característica del romántico tardío, espigada, elegante, de presión fina y ligeramente inclinada, Joaquín Sorolla nos muestra una personalidad que rebosa vida, efervescencia y vibración con un entorno propio, su gran tesoro en derredor que para él se reducía por entero a su familia y sus pinturas.

En un artículo escrito para el Diario “La Nación” en 1907, el escritor Vicente Blasco Ibáñez decía de él: “La pintura absorbe su existencia. Si no pintase querría morir. Ocupado en su arte, ha pasado por la vida, y pasa hoy en plena gloria, sin querer enterarse de que en el mundo hay otras cosas. Esta es toda la vida del insigne artista. Fuera de esto su existencia es tranquila, laboriosa, igual, sin emociones, sin apasionamientos (…).”

La escritura de la mano artista

Gracias a la grafología podemos descubrir que el Sorolla que transporta la mano del pincel a la pluma es en efecto, sin más, un personaje simple y llano, transparente, sin dobleces, sin pretensiones, que no desea destacar sino ser él mismo en paz, con los suyos y con lo que la vida quiera darle. Esta humildad se muestra en una escritura sencilla, sin grandes alardes de forma y de tamaño bastante pequeño. Esto último nos habla también de capacidad de análisis, de minuciosidad, de mirada de detalle sobre el mundo y sobre la realidad… “Yo pinto siempre con los ojos”, confiesa el autor de una letra que es además estética, legible y limpia, que invita a pensar en el romanticismo, en la conquista de todo lo que pueda ser considerado bello y como tal plasmarse, bien sea con pintura y lienzo o con papel y tinta.

Encontramos en Sorolla una escritura pulcra, cuidada, minuciosa, de sutil  inclinación a la derecha unida a cierta cadencia conformista propia de quien pasea por la serena orilla, dejándose acariciar por la brisa racheada pero suave y llevadera; el ligero caminar, sin prisa pero sin pausa, de quien no se deja arrebatar por la pasión ni por el nervio, aun sin por ello perder la perspectiva y el horizonte del futuro al que encaminar los proyectos y los deseos.

Sorolla autógrafo

Sorolla romántico

Esa vertiente ligeramente inclinada de la caligrafía unida a la ligazón suave, curva, ligera entre letras nos está desvelando, sin lugar a dudas, el talón de Aquiles del pintor: los afectos, la entrega personal, la familia.

“Los hijos son los hijos… pero tú eres mi carne, mi vida y mi cerebro” – confiesa Joaquín a Clotilde, su esposa, su “Clota”, su “doble fea” -como la llamaba cariñosamente-, en una de sus cartas.

La afectividad, el cariño, el romanticismo del artista para con su esposa, la donación y ese afán de protección se reflejan a la perfección en esas letras que se tienden, que se unen y se abrazan, que se vierten con suavidad a la derecha, donde simbólicamente se encuentra el otro.

Esa tendencia a envolver también se refleja en sus obras, en esos niños que caminan de la mano y mutuamente se cuidan, en esas madres que protegen a sus hijos del sol con primor y ternura, y en aquellas que les esperan en la orilla del mar con tibios lienzos y toallas en la mano para cobijarlos y secarlos cuando salen del agua.

“Mi querida Clota, llego ahora de buscarte una docena de claveles y unas violetas. Son para ti, no las había más hermosas.  Tu Joaquín»  (Carta fechada en 1914)

Los duelos con sol son menos

Otra de las cualidades de la escritura de Sorolla que caracteriza su visión de la vida es el optimismo. “Los duelos con sol son menos”, solía decir el pintor y, sin saberlo él estaba resumiendo en una sola frase la esencia de su existencialismo, su concepción de la vida: la felicidad, la jovialidad; la fugacidad de la vida transcurriendo entre la risa de los niños jugando en la playa, la caricia de la brisa del mar, las flores de “Clota” en el jardín, y la alegría brillando en una España vestida de blanco que vive, trabaja y se divierte, llena constantemente de luz, de colores y de sol.

«En los anales del arte español figura la fecha de ayer con imborrables caracteres de luto. Durante la noche pasada ha muerto en Cercedilla, donde pasaba el verano, el insigne pintor don Joaquín Sorolla y Bastida, cuya desaparición es una grande y dolorosa pérdida nacional (…)” (Diario La Época, 11 de agosto de 1923)

Joaquín Sorolla murió en Cercedilla a causa de una apoplejía que le había apartado definitivamente de su paleta y sus pinceles durante los últimos tres años de su vida, pero él, como solía decir, seguía “pintando con los ojos”.

Jardines que conservan el perfume del arte

Paseando por los jardines de la que fue su casa, hoy Museo Sorolla, uno encuentra, en medio de los altos edificios y del ruido de los coches de la ciudad que pasa por su lado como si tal cosa, un remanso de paz que se ha quedado anclado en un pasado silencioso, tan sólo interrumpido por el canturreo del agua de sus fuentes, de inspiración andaluza, y que aún conserva el perfume del arte que en sus rincones se inspiró, y que todavía hoy contiene entre sus rosadas paredes, con la armonía y la serenidad de una bella dama que no ha llegado a morir jamás. Tan sólo está dormida.

«No hay nada inmóvil en lo que nos rodea. Hay que pintar deprisa, porque ¡cuánto se pierde, fugaz, que no vuelve a encontrarse!» (Joaquín Sorolla)

Sandra Cerro – Grafóloga y perito calígrafo

Web: sandracerro.com

Episodio 2 de «Grafoturismo por Madrid»: Descubrimos los rincones de vida y la personalidad con grafología de Joaquín Sorolla

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Puedes descargar este artículo en pdf aquí: Sorolla, el pintor de la luz. Estudio biográfico y grafológico.

Fuentes documentales:

Fotografías: Sandra Mª Cerro.

Todas las fotografías han sido realizadas en el Museo Sorolla. Agosto 2011.

Manuscritos:

Los manuscritos que se han utilizado para realizar el estudio grafológico de Sorolla han sido cedidos para este fin por el Museo Sorolla, y pertenecen al Archivo de Correspondencia Antigua del Museo Sorolla de Madrid.

Fuentes bibliográficas:

Museo Sorolla

Artespaña 

“Epistolarios de Joaquín Sorolla”, Lorente y Pons-Sorolla. Ed. Anthropos, 2008

“Sorolla. Enciclopedia ilustrada”, V.V.A.A. Ed. Susaeta 2009

[Mi sincero agradecimiento al Museo Sorolla y, en especial, a David Ruiz López, por su amabilidad al cederme los manuscritos de Sorolla para realizar este artículo, en 2011]

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