Es un hecho que nuestra escritura cambia con nosotros, nos acompaña a lo largo de nuestra vida y retrata todos y cada uno de nuestros cambios vitales. Por eso, cuando realizamos un estudio grafológico de personalidad, siempre debemos conocer el dato de la edad del escribiente.

En este artículo quisiera recoger algunos de los cambios más importantes que nuestra escritura va experimentando a medida que enfrentamos los procesos de madurez personal.

Como decía Ortega y Gasset, «Yo soy yo y mis circunstancias». Pues bien, nuestra escritura será ese espejo que nos acompaña siempre fiel ese Yo circunscrito en cada una de nuestras etapas vitales.

Abandono del modelo caligráfico escolar

Uno de los cambios más notables en la escritura cuando abandonamos la infancia es su personalización. En este proceso, el modelo caligráfico escolar se va modificando adoptando estructuras gráficas propias, personales y genuinas de la persona que escribe, retratando su temperamento y la forma de ser que se despega de lo aprehendido para emprender el vuelo de la personalidad adulta.

Simplificaciones

Tras la personalización llegan las simplificaciones en la grafía.

Estas pueden suceder debido a la agilidad mental, que provoca que la escritura se vuelva más rápida y por tanto simplifique sus formas. ¡Que nos lo digan a los que tuvimos que tomar apuntes a toda pastilla en la universidad!

También pueden deberse las simplificaciones a una mayor tendencia a relativizar, a quedarnos con lo verdaderamente importante de las cosas y situaciones, cuando ya hemos pasado por mil bagajes personales en la vida a adulta.

La escritura se abre

El modelo caligráfico que representa la “m” y “n” en forma de arco o arcada previsiblemente se abrirá hacia formas en “u” o en guirnalda, a medida que maduramos.

Esto es un signo de comunicación, de apertura, es un gesto social mediante el que nos abrimos al mundo y a los demás y adoptamos la postura de mostrarnos receptivos a lo que la vida nos quiera dar.

Las personas que mantienen las formas en arco suelen ser personas más reservadas, más cautas sobre todo en lo que respecta a la comunicación de aspectos personales o íntimos a los demás.

El puntillo de la “i” redondo desaparece

El punto redondo de la “i” es todo un clásico de la adolescencia.

Viene a representar esa fantasía aún infantil que caracteriza los años de la pubertad y los albores de la vida adulta, pero su tendencia natural es a desaparece.

Su desaparición es una de las formas de simplificación que hemos comentado antes: al agilizarse la velocidad de la escritura acompañando a nuestra mente cada vez más sabia y despierta, todos los elementos accesorios se relativizan y se van dejando de lado.

El tiempo apremia, la vida se va llenando de cosas que hacer y nuestra mente tiene mil frentes a los que atender, así que todo gesto superficial, todo adorno consciente sólo supone un gasto de energía y de tiempo que se va diluyendo.

En definitiva, el punto de la “i” redondeado se convierte en un gasto de energía innecesario y nuestro inconsciente prefiere obviarlo para dedicar esa energía a temas más importantes.

Cuando todo el adorno superfluo y el punto redondillo desaparecen podemos decir que nos hemos despedido de nuestra inocencia infantil.

La firma se desprotege

La rúbrica, ese garabato personal y que tanto nos quiebra la cabeza al tratar de diseñarlo para diferenciarnos de los demás, no es más que una forma de protegernos del entorno exterior que nos oprime y nos acecha.

La rúbrica, como decía el gran maestro grafólogo Mauricio Xandró, es un “arropamiento de la personalidad”.

Protegemos nuestra intimidad cuando nos sentimos inseguros, atacados, desarmados en mitad de la selva social en la que estamos inmersos.

Pero, a medida que maduramos, que vamos acumulando bagaje vital y una mochila llena de experiencias, llega un momento en el que ya nos sentimos tan seguros de nosotros mismos que no nos importa mostrarnos tal cual somos a los demás.

Ya sin miedos ni inseguridades, no nos importa quedarnos “en pelotas” ante el mundo y damos menos relevancia a lo que puedan pensar de nosotros, simplemente porque hemos aprendido a querernos más.

Estas son algunas (no todas) de las modificaciones que puede manifestar nuestra escritura a medida que la vida nos va dando forma y convirtiéndonos en adultos.

Te invito a dejarme en “Comentarios” de este post si has notado que tu escritura ha cambiado en estos o en otros aspectos a lo largo de tu vida.

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Sandra Cerro

Grafóloga y perito calígrafo

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