Grafología en la Literatura universal

Alicia en el País de las Maravillas

Alicia en el país de las maravillas

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“-Faltan todavía muchas pruebas, con la venia de Su Majestad -dijo el Conejo Blanco, poniéndose apresuradamente de pie- Acaba de encontrarse este papel.

-¿Qué dice este papel? -preguntó la Reina.

-Todavía no lo he abierto -contestó el Conejo Blanco– pero parece ser una carta, escrita por el prisionero a… a alguien.

-Así debe ser -asintió el Rey– porque de lo contrario hubiera sido escrita a nadie, lo cual es poco frecuente.

-¿A quién va dirigida? – preguntó uno de los miembros del jurado.

-No va dirigida a nadie -dijo el Conejo Blanco- No lleva nada escrito en la parte exterior-

Desdobló el papel, mientras hablaba, y añadió: – Bueno, en realidad no es una carta; es una serie de versos.

-¿Están en la letra del acusado? -preguntó otro de los miembros del jurado.

-No, no lo están -dijo el Conejo Blanco-, y esto es lo más extraño de todo este asunto. Todos los miembros del jurado quedaron perplejos.

-Debe de haber imitado la letra de otra persona -dijo el Rey. Todos los miembros del jurado respiraron con alivio.

-Con la venia de Su Majestad -dijo el Valet-, yo no he escrito este papel, y nadie puede probar que lo haya hecho, porque no hay ninguna firma al final del escrito.

-Si no lo has firmado -dijo el Rey-, eso no hace más que agravar tu culpa. Lo tienes que haber escrito con mala intención, o de lo contrario habrías firmado con tu nombre como cualquier persona honrada.

Un unánime aplauso siguió a estas palabras: en realidad, era la primera cosa sensata que el Rey había dicho en todo el día.

-Esto prueba su culpabilidad, naturalmente -exclamó la Reina-. Por lo tanto, que le corten…

-¡Esto no prueba nada de nada! -protestó Alicia- ¡Si ni siquiera sabemos lo que hay escrito en el papel!”

Alicia en el País de las Maravillas, Lewis Carrol

Mujercitas

Jo March Mujercitas

«Por dos o tres horas, tras la ventana bañada por el sol; podía verse a Jo sentada en el viejo sofá escribiendo diligentemente, con las cuartillas esparcidas sobre un baúl ante ella, mientras su ratón amigo se paseaba por las vigas en compañía de su hijo mayor, un hermoso ratonzuelo, al parecer muy orgulloso de sus bigotes. Completamente absorta en su trabajo, garrapateaba Jo hasta que hubo llenado la última página, después de lo cual estampó su firma y soltó la pluma, exclamando:

– ¡Vaya! Lo he hecho lo mejor posible. Si esto, no conviene, tengo que esperar hasta que sepa hacer algo mejor-.

Echada en el sofá, leyó cuidadosamente el manuscrito, poniendo comas acá y allá, y signos de admiración que parecían globos pequeños; después lo ató con una cinta roja muy vistosa y se quedó mirándolo con expresión grave y pensativa, que mostraba claramente lo serio que había sido su trabajo»

Mujercitas, Louise May Alcott

El Conde de Montecristo

Alejandro Dumas. El conde de Montecristo

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“-Muchacho -dijo Danglars-, trae recado de escribir.

-¡Recado de escribir! -murmuró Fernando. -Puesto que soy editor responsable, ¿de qué instrumentos me he de servir sino de pluma, tinta y papel?

-¿Traes eso? -exclamó Fernando a su vez.

-En esa mesa hay recado de escribir -respondió el mozo señalando una inmediata. -Tráelo.

El mozo lo cogió y lo colocó encima de la mesa de los bebedores.

– ¡Cuando pienso -observó Caderousse, dejando caer su mano sobre el papel que con esos medios se puede matar a un hombre con mayor seguridad que en un camino a puñaladas! Siempre tuve más miedo a una pluma y a un tintero, que a una espada o a una pistola.”

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”- Nada, si nos decidimos, lo mejor es coger esta pluma simplemente, y escribir una denuncia con la mano izquierda para que no sea conocida la letra -contestó Danglars; y esto diciendo, escribió con la mano izquierda y con una letra que en nada se parecía a la suya acostumbrada, los siguientes renglones, (…)”

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”Ya no tuvo, pues, ninguna sorpresa al hallar esta nota en el registro, al margen de su nombre:

Edmundo Dantés: Bonapartista acérrimo. Ha tomado una parte muy activa en la vuelta de Napoleón. Téngasele muy vigilado y bajo la más rigurosa incomunicación. Debajo de estas líneas había escrito, con diferente clase de letra:

«Vista la nota anterior, nada se puede hacer por él.»

Sólo comparando la letra del margen con la de la recomendación puesta a la solicitud de Morrel, pudo convencerse de que las dos eran iguales, es decir, ambas de Villefort. Respecto a la última nota, comprendió el inglés que habría sido escrita por algún inspector, a quien Edmundo inspirara un interés pasajero, interés que se desvaneció ante lo terminante y expresivo de la nota marginal.”

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” -Os equivocáis, Dantés. Importa mucho conocer el terreno que pisamos, y de mí sé decir que me parecéis tan bueno, que por vos me separaré de las ordinarias fórmulas de la justicia, ayudándoos a descubrir quién sea el que os denuncia. Aquí tenéis la carta que me han dirigido.

¿Reconocéis la letra?– Y sacando la denuncia de su bolsillo la presentó Villefort a Dantés.

Al leerla éste pasó como una sombra por sus ojos, y respondió: -No conozco la letra, porque está de propósito disfrazada, aunque correcta y firme. De seguro la trazó mano habilísima.

-¡Cuán feliz soy -añadió, mirando a Villefort con gratitud-, cuán feliz soy en haber dado con un hombre como vos, pues reconozco en efecto que el que ha escrito ese papel es un verdadero enemigo!”

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” -¿Cuál era la letra ordinaria de Danglars?

-Cursiva, y muy hermosa.

-¿Y la del anónimo?

-Inclinada a la izquierda.

El abate se sonrió: -Una letra desfigurada, ¿no es verdad?

-Muy correcta era para desfigurada.

-Esperad -dijo. Y diciendo esto, cogió el abate su pluma, o lo que él llamaba pluma, la mojó en tinta, y escribió con la mano izquierda en un lienzo de los que tenía preparados, los dos o tres primeros renglones de la denuncia.

Edmundo retrocedió, mirando al abate con terror:

-¡Oh! ¡Es asombroso! -exclamó- ¡Cómo se parece esa letra a la otra!

-Es que sin duda se escribió la denuncia con la mano izquierda. He observado siempre una cosa -prosiguió el abate.

-¿Cuál?

Todas las letras escritas con la mano derecha son varias, y semejantes todas las escritas con la mano izquierda.”

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Serie documental LA ESCRITURA DE LA HISTORIA

Co-autoría: Autógrafos de Miguel de Cervantes. Edición conmemorativa del IV Centenario

“Diariamente, Luigi llevaba a apacentar su ganado hacia el camino de Palestrina a Borgo, y todos los días, a las nueve de la mañana, el cura y el muchacho se sentaban sobre la hierba y el pastorcillo daba su lección en el breviario del sacerdote.

Al cabo de tres meses, sabía leer, pero no era esto suficiente, necesitaba aprender a escribir. Encargó el sacerdote a un profesor de escritura de Roma que le hiciera tres alfabetos: Uno con letra muy gruesa, otro con letra mediana y el tercero con una letra muy pequeña.

Al recibirlos, el cura dijo a Luigi que copiando aquellas letras en una pizarra, podía, con ayuda de una punta de hierro, aprender a escribir.

Aquella misma noche, así que hubo metido el ganado en la quinta, Vampa corrió a casa del cerrajero de Palestrina, cogió un grueso clavo, lo forjó, lo machacó, lo redondeó, consiguiendo hacer de él una especie de estilete antiguo. Al día siguiente, había reunido una porción de pizarras y trabajaba en ellas.

Al cabo de tres meses ya sabía escribir. El cura quedó asombrado de aquella maravillosa inteligencia, e interesándose vivamente por tan rara disposición, le regaló unos cuantos cuadernos de papel, un mazo de plumas y un cortaplumas. Éste fue un nuevo estudio, estudio que no era nada al lado del primero, así que ocho días después manejaba la pluma lo mismo que el esthete.

Contó el cura esta anécdota al conde de San Felíce, que quiso ver al pastorcito, le hizo leer y escribir delante de él, mandó a su mayordomo que le hiciese comer con sus criados, y le dio dos piastras al mes. Con este dinero, Luigi compró libros y lápices.”

El Conde de Montecristo, Alejandro Dumas

Un boceto del natural

Bécquer-Un boceto del natural

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¡Señor! ¿Qué particularidad tendrá esa mujer que tan esencialmente la diferencia de las otras mujeres? Y embebido en estas ideas, me puse a hojear distraídamente el álbum de Elena que encontré sobre un velador.

En aquel álbum, y entre un diluvio de muñecos deplorables y de versos de pacotilla, vi algunas hojas en las cuales las amigas de colegio de Elena, como para dejarle un recuerdo, habían escrito sus nombres, éstas al pie de una mala redondilla, aquéllas debajo de tres o cuatro renglones de mediana prosa, en que ponderaban su amistad y la hermosura de la dueña del álbum, o aventuraban uno de esos pensamientos poéticos de que todas las niñas románticas tienen como una especie de troquel en la cabeza.

Ya iba a dejar el álbum sobre el velador, cuando al volver una de sus hojas fijé casualmente la vista en unos garrapatos, hechos tan a la ligera, que sólo merced a un detenido examen pude averiguar que aquellas líneas extrañas tenían la pretensión de ser letras y que el todo formaba el nombre de una mujer.

En efecto, en aquella hoja, la prima de Elena, contrastando en su laconismo con el fárrago de inocentadas de sus otras compañeras de pensión, se había limitado a poner Julia; ni más verso, ni más prosa, ni apellido, ni rasgo de firma: Julia, y esto así, de una vez, como quien escribe sin mirar; más con la intención que con la mano; sin otros perfiles ni adornos que algún borrón suelto o esos salpicones de tinta que deja la pluma cuando, llevada con descuido y velocidad, parece como que va saltando sobre el papel.

Yo he leído en alguna parte que hay ciertas reglas sacadas de la observación para conocer el carácter de la persona por sólo su escritura. Dificulto que esto pueda constituirse, como la frenología o la fisionomía, en una ciencia, ni aun por sus más adictos partidarios; pero no hay duda que, por un sentimiento vago e instintivo, siempre que vemos un autógrafo cualquiera, se nos antoja que conocemos ya, aunque de un modo confuso, la persona a quien pertenece. No obstante que yo sabía que las personas que hacen las letras de tal hechura es porque son nerviosas, y las que no porque son linfáticas, y que los melancólicos escriben de esta manera y los alegres de la otra, toda mi pericia caligráfico-moral se estrellaba en el análisis de aquel nombre compuesto de cinco letras, de las cuales ésta era estrecha y tendida, la otra redonda y grande, mientras las de más allá tenían forma apenas, o se adivinaban más por la intención que por los rasgos.

A primera vista, y juzgando por la impresión, cualquiera hubiese dicho que la persona que había puesto su nombre en aquella hoja de aristol no sabía escribir. Pero quedarse en este punto de la inducción sería quedarse en la superficie de la cosa. Yo me engolfé en el terreno de las suposiciones y creí ver en aquellos rasgos desiguales la señal evidente de que Julia escribía poco, y escribía, no como por un mecanismo, sino con el mismo desorden, la lentitud o la prisa del que habla: al escribir, entre sus manos, sus facciones y su inteligencia, debían existir movimientos armónicos.

Un boceto del natural, Gustavo Adolfo Bécquer. El Contemporáneo 28, 29 y 30 de mayo de 1863

El Capote

Nikolái Gógol

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“Difícilmente se encontraría un hombre que viviera cumpliendo tan celosamente con sus deberes… y, ¡es poco decir!, que trabajara con tanta afición y esmero. Allí, copiando documentos, se abría ante él un mundo más pintoresco y placentero. En su cara se reflejaba el gozo que experimentaba. Algunas letras eran sus favoritas, y cuando daba con ellas estaba como fuera de sí: sonreía, parpadeaba y se ayudaba con los labios, de manera que resultaba hasta posible leer en su rostro cada letra que trazaba su pluma”.

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“Pero Akakiy Akakievich, adonde quiera que mirase, siempre veía los renglones regulares de su letra limpia y correcta. Y sólo cuando se le ponía sobre el hombro el hocico de algún caballo, y éste le soplaba en la mejilla con todo vigor, se daba cuenta de que no estaba en medio de una línea, sino en medio de la calle”.

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“Y de este modo se enteraron en la oficina de la muerte de Akakiy Akakievich. Al día siguiente su sitio se hallaba ya ocupado por un nuevo empleado. Era mucho más alto y no trazaba las letras tan derechas al copiar los documentos, sino mucho más torcidas y contrahechas. Pero ¿quién iba a imaginarse que con ello termina la historia de Akakiy Akakievich, ya que estaba destinado a vivir ruidosamente aún muchos días después de muerto como recompensa a su vida que pasó inadvertido? Y, sin embargo, así sucedió, y nuestro sencillo relato va a tener de repente un final fantástico e inesperado.”

El capote, Nikolái Gógol

La novela en el tranvía

Benito Pérez Galdós. La novela en el tranvía

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“Mudarra, al salir de la habitación de la Condesa, se dirigió a la suya, y dominado por fuerte inquietud nerviosa, comenzó a registrar cartas y papeles diciendo entre dientes:

«Ya ni me aguanto más; me las pagará todas juntas.»

Después se sentó, tomó la pluma, y poniendo delante una de aquellas cartas, y examinándola bien, empezó a escribir otra, tratando de remedar la letra. Mudaba la vista con febril ansiedad del modelo a la copia, y por último, después de gran trabajo escribió con caracteres enteramente iguales a los del modelo, la carta siguiente, cuyo sentido era de su propia cosecha: Había prometido a usted una entrevista y me apresuro…»

El folletín estaba roto y no pude leer más.”

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“De pronto le vi sacar una cartera, y observé que este objeto tenía en la cubierta una gran M dorada, la inicial de su apellido. Abrióla, sacó una carta y miró el sobre con una sonrisa de demonio, y hasta me pareció que decía entre dientes:

«¡Qué bien imitada está la letra!«

En efecto, era una carta pequeña, con el sobre garabateado por mano femenina. Lo miró bien, recreándose en su infame obra, hasta que observó que yo con curiosidad indiscreta y descortés alargaba demasiado el rostro para leer el sobrescrito. Dirigióme una mirada que me hizo el efecto de un golpe, y guardó su cartera.”

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“-Señora -contestó el que había entrado, joven de muy buen porte- ¿No me esperaba usted? He recibido una carta suya…

-¡Una carta mía! -exclamó más agitada la Condesa- Yo no he escrito carta ninguna. Y para qué había de escribirla?

-Señora, vea usted -repuso el joven sacando la carta y mostrándosela- es su letra, su misma letra.

-¡Dios mío! ¡Qué infernal maquinación! -dijo la dama con desesperación. Yo no he escrito esa carta. Es un lazo que me tienden…”

La novela del tranvía, Benito Pérez Galdós

Los hijos de la luz

Los hijos de la luz. Cesar Vidal

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“-De la misma manera que nuestra sombra queda proyectada en una pared por efecto de la luz, lo que nosotros somos, lo que pensamos, lo que ocultamos, puede proyectarse sobre el papel cuando trazamos sobre él nuestra escritura. -¿Quiere usted decir que lo que escribimos deja al descubierto cómo somos? – No exactamente. Lo que quiero decir es que la manera en que escribimos deja al descubierto lo que somos. – No estoy seguro de comprenderle- reconoció Koch. – Sí, claro. Es natural- dijo con gesto comprensivo Lebendig- Bien, ¿qué pensaría usted si le dijera que en la letra, en su letra, puedo ver cuál es su estado de ánimo, cómo es su carácter, si miente o dice la verdad, o incluso si su salud es buena o la enfermedad le corroe?”

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“Resulta indudable – lo he podido comprobar a lo largo de décadas de estudio – que en la manera que escribimos queda reflejada nuestra alma con mayor precisión aún de lo que un espejo nos devuelve nuestra imagen reflejada. Naturalmente, hay que tener en cuenta muchos factores que intentaré ir recogiendo poco a poco en este cuaderno”

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“Caben matices, claro está, pero, sustancialmente, existen cuatro tamaños paradigmáticos de letra. El grande, el muy grande, el pequeño y el muy pequeño. El grande corresponde a personas que tienen una cierta amplitud de miras; el muy grande está relacionado con aquellos que piensan excesivamente de sí mismos, que ansían la grandeza o que incluso creen que la poseen cayendo en el pecado del orgullo; el pequeño tiene más que ver con los que poseen virtudes como la capacidad de economizar o la preferencia por un mundo interior. Por lo que se refiere al muy pequeño… suele ser pésima señal. Se trata de personas excesivamente ensimismadas, perdidas en minucias y, sobre todo, tacañas, materialistas, ruines. De esos hay que apartarse.”

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“(…) Tomemos por ejemplo la letra f. Si al examinarla, observamos que alarga desproporcionadamente la cresta nos encontraríamos ante alguien volcado hacia el mundo del espíritu, de lo superior, de lo sublime. Puede que sea un artista, un genio e incluso un santo. Pero, si, por el contrario, es el pie el desproporcionado… ah, no cabe duda, ahí tenemos a alguien apegado a lo inferior, a lo material. Podría tratarse de alguien que simplemente desea satisfacer su vientre, pero también a una persona encadenada por los deseos más bajos. Curioso. Todo el espacio que media entre el cielo y el infierno podemos hallarlo en un rasgo tan sencillo como el de la letra f.”

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Poner los puntos sobre las ies. La expresión tiene cierta gracia pero, sobre todo, desde el punto de vista de esta nueva ciencia implica la formulación de una gran verdad”

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“Si tuviera que escoger un aspecto de esta nueva ciencia que con tanto esfuerzo estoy delimitando seguramente me quedaría con la firma. Con el paso del tiempo, he llegado a convencerme de que una parte muy importante de lo que podemos descubrir sobre el carácter de una persona queda ya expuesto cuando estampa su nombre al pie de una carta, de un documento o de un recibo.”

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“La escritura es un medio de comunicación y, de hecho, con esa finalidad fue inventada. Sin embargo, todos hemos tenido ocasión de encontrarnos con tipos de letra que parecen más diseñados para ocultar que para expresarse. Son ilegibles simplemente.”

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“Herr Koch escribe con una inclinación recta, prácticamente vertical. Desde luego, pocos podrían discutir que su razón se impone sobre el sentimiento, que controla los impulsos, que se domina, que incluso puede incurrir en una cierta frialdad. La orientación a la izquierda – como suele ser habitual entre los seres humanos – no es positiva. Cuando aparece de manera leve, nos hallamos ante una persona frustrada en sus afectos, temerosa, con tendencia a ocultar, pero si la encontramos de forma acusada, estamos ante el reflejo del resentimiento, de la cobardía, del egocentrismo.”

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“El pensamiento – la vida misma- constituye una ligazón continuada de ideas y situaciones. Compramos leche en la tienda porque sabemos que necesitamos comer y además nos consta que, si no lo hiciéramos, moriríamos. Resulta lógico, por tanto, que también la ligazón de la escritura nos diga muchas cosas. Una persona que liga excesivamente las letras, que casi no levanta la pluma del papel –salvo para volver a mojarla en el tintero- es alguien que se vincula con facilidad a los demás, pero que puede mostrar preocupantes rasgos de irreflexión ya que no se detiene para pensar.”

Hijos de la luz, César Vidal

Dr. Jekyll y Mr. Hyde

Jekyll y Hyde

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“La carta, firmada «Edward Hyde» y escrita en una extraña caligrafía vertical, decía, en pocas palabras, que el doctor Jekyll benefactor del firmante, pero cuya generosidad tan indignamente había sido pagada, no tenía que preocuparse por la salvación del remitente, en cuanto éste disponía de medios de fuga en los que podía confiar plenamente.”

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“-¿Tenéis un trozo de papel de ésos? -preguntó Utterson .

Poole metió la mano en el bolsillo y sacó un papel arrugado, que el notario, agachándose sobre la vela, examinó atentamente. Se trataba de una carta dirigida a una casa farmacéutica, así concebida:

«El doctor Jekyll saluda atentamente a los Sres. Maw y comunica que la última muestra que le ha sido enviada no responde para lo que se necesita, ya que es impura. El año 18… el Dr.J. adquirió de los Sres. M. una notable cantidad de la sustancia en cuestión. Se ruega, por tanto, que miren con el mayor escrúpulo si tienen aún de la misma calidad, y la envíen inmediatamente. El precio no tiene importancia tratándose de algo absolutamente vital para el Dr. J.»

Hasta aquí el tono de la carta era bastante controlado; pero luego, con un repentino golpe de pluma, el ansia del que escribía había tomado la delantera con este añadido: «¡Por amor de Dios, encontradme de la misma!»

-¡Es carta extraña! -dijo Utterson-. Pero -añadió luego bruscamente-, ¿pero cómo la habéis abierto?

-La ha abierto el dependiente de Maw, señor -dijo Poole-. Y se ha enfadado tanto, que me la ha tirado como si fuera papel usado.

La caligrafía es del doctor Jekyll, ¿os habéis Fijado? – retomó Utterson.

-Pienso que se parece -contestó el criado con alguna duda. Y cambiando la voz añadió-  ¿Pero qué importa la caligrafía? ¡Yo le he visto a él!”

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 “Para evitar cualquier contratiempo, entonces abrí una cuenta a nombre de Edward Hyde en otro banco; y cuando, cambiando la inclinación de mi caligrafía, hube provisto a Hyde también de una firma, me creí a cubierto de cualquier imprevisto del destino”

Dr. Jekyll y Mr. Hyde, Robert Louis Stevenson