Mi profesora y excelente grafóloga, Isabel Sánchez-Bernuy, siempre decía que, mirando una escritura, se puede ver el alma de la persona que la he escrito.

A los que conocemos la grafología, cualquier escritura que tengamos entre las manos nos hace un guiño, nos dice “ven… ven… acércate… atrévete a conocerme…” y no podemos evitar seguirla. La fiabilidad de esta técnica científica es extraordinaria, y proporciona un retrato auténtico, real y muy veraz del individuo, sobre todo desde el plano más inconsciente, al que es más difícil acceder a través de otros tests de personalidad.

Es en Francia, su cuna, donde más reconocimiento se le concede, sobre todo en su aplicación a la selección de recursos humanos. En muchas empresas francesas no se concibe un proceso selectivo si no es pasando por el aro de una prueba grafológica. Aún así, la grafología, como ciencia del conocimiento de la persona y la personalidad, goza de otras aplicaciones tales como selección de personal en empresas, la grafopatología, aplicada al tratamiento de enfermedades, la grafoterapia o modificación conductual a través de la reeducación del estilo escritural, la compatibilidad de caracteres de pareja, el peritaje caligráfico y la aplicación a la investigación paleográfica de archivos históricos.

Multitud de escuelas y estudiosos se han encargado a lo largo de la historia y en los distintos puntos del Globo de arrancar una explicación a la eterna pregunta de por qué ninguna persona escribe igual que otra, por qué ninguna escritura es idéntica a otra ¿no será porque la escritura habla del Yo y no hay un Yo igual a otro? Como digo, muchas son y han sido las teorías que han tratado de resolver esta cuestión, pero la más curiosa de ellas es la Escuela Simbólica, que es la que voy a exponer en este artículo porque la considero la más gráfica y amena para cumplir mi pretensión: hacer que os acerquéis un poquito al apasionante mundo de la grafología.

El padre de la Escuela simbólica fue Max Pulver. Fue él quien concibió la idea de que la hoja en blanco abarca un “mundo”, en el cual la persona se mueve a su libre albedrío, del Yo al Tú, del Pasado al Futuro, del Consciente a lo Inconsciente, del Cielo al Infierno.

El concepto espontáneo de arriba es: el cielo, el sol, el día, fuerzas espirituales, la luz. Debajo de esta línea está el reino contrario al lúcido: noche, oscuridad, abismo, profundidad. Es imposible sentir de modo distinto…

Así pues, dentro de esa hoja, de ese mundo, de esa sociedad abarcable, podríamos representar los distintos valores, inquietudes, estados anímicos, etc. de la persona, viendo a la misma en forma de gesto gráfico en movimiento:

  • Arriba / zona superior: representa lo Alto, lo espiritual, lo racional, las ideas, la creatividad, la fantasía, el éxito.
  • Abajo / zona inferior: representa lo Bajo, los instintos, lo material, lo sexual, el sentido práctico, el fracaso.
  • Izquierda / zona inicial: representa el retroceso, Pasado, la madre, la tradición, la intimidad, la introversión, la inhibición.
  • Derecha / zona final: representa el avance, el Futuro, los otros, lo desconocido, la extroversión, la proyección.
  • Centro / zona media: representa el Yo, el Presente, el autocontrol.

Curioso, ¿verdad? Bueno, pues conocer estos cinco movimientos simples es el primer pedestal hacia el camino de la interpretación grafológica…

El siguiente paso es conocer los ocho parámetros fundamentales que conforman una grafía. Estos son:

Tamaño: el tamaño de una escritura representaría, por decirlo de alguna forma, el tamaño de la persona (la escritura) en su mundo (el entorno gráfico de la hoja). Así una escritura de tamaño pequeño definiría a una persona inhibida, preocupada por la economía, detallista y también analítica, en contraposición a una “persona grande” con escritura grande, bien amplia en el contexto de la hoja, cómoda y segura en su mundo, orgullosa de sí, generosa y con una visión bien globalizada del mundo que le circunda.

Forma: ¡Hay tantas! Las formas en la escritura son tan diversas como las personas en sí. Cada letra es un dibujo, una obra de arte en miniatura, que nos refleja a la persona que la realiza. Así, encontramos escrituras curvas, de formas redondeadas, que hablan de suavidad, dulzura en el trato, contrapuestas a la energía y carácter duro del ángulo, y otras muchas variedades.

Dirección: La dirección de las líneas en la escritura no es más que la brújula del estado anímico del individuo que la escribe. Unas líneas que se dirigen hacia arriba indican alegría; en cambio, las lineas que caen nos hablan de tristeza, cansancio… eso sí, podría ser tan sólo temporal; aquí juzgamos solamente el momento en que se realiza el escrito.

Inclinación:  Tenemos aquí el medidor de la afectividad y el apasionamiento en la letra que se inclina hacia la derecha,  la inhibición y los miedos en la letra que se invierte asustadiza hacia la izquierda, y la sensibilidad y emotividad en una marea de letras danzantes a derecha y a izquierda.

Cohesión: Tengo que mencionar aquí de nuevo las palabras de mi profesora, cuando nos dice siempre que las letras ligadas “son como personas que se dan la manita”… la cohesión entre letras nos habla de continuidad en las tareas y en los afectos, y también, por tanto, de sociabilidad. Hay que tener en cuenta que la sociedad en la que nos toca vivir es esencialmente, y desgraciadamente, cada vez más individualista; por ello no es extraño que la mayoría de las escrituras que encontremos no formen una palabra totalmente ligadas; lo normal es escribir levantando el útil cada dos o tres palabras. Y no nos atreveríamos a tachar de insociable, pero sí de independiente, a la persona que traza letra a letra, levantando el útil en cada trazo, dibujando letras sin “manos” enlazadas.

Velocidad: Aquí tenemos al cronómetro de la escritura. La impetuosidad, la agilidad mental, la canalización de la energía y del tiempo es lo que mide este item. Podemos encontrar escrituras tan rápidas que llegan a no completarse o a formar un hilo ilegible; otras mesuradas que ya permiten legibilidad, y otras tan lentas y depuradas que sugieren parsimonia exasperante.

Presión: La presión es la báscula que mide el peso de la grafía y con él el peso, entendido como vitalidad y fuerza física, de la persona escribiente. Hay escrituras tan presionadas que podrían llegar a leerse “tipo Braille” palpando el reverso de la hoja; éstas nos hablan de indudable energía o incluso de agresividad de carácter. En cambio, la escritura demasiado fina o incluso rota, podría indicar debilidad, no sólo de carácter, sino física, pudiendo deducirse cierta fragilidad y llegándose incluso al pronóstico de determinadas enfermedades.

Orden: Esto se refiere a la visión global de la hoja, a su estructura, a su aprovechamiento; digamos que es la figura gráfica que conforma el texto escrito dentro de la hoja. Aquí descubrimos a la persona ordenada, a la que no lo es; a la persona que aprovecha sus recursos y a la que no; vemos cómo la persona se “mueve” en su entorno, y cómo respeta o no el espacio que se debe a los demás.

Después de medir la personalidad de un Yo a través de estos ocho items fundamentales, es interesantísimo contemplar también el estudio de su firma. La firma es la persona en sí misma, mientras el texto al que acompaña es la persona en su faceta social, en su entorno. La firma es el interior de la casa, mientras que el texto plasmado es la fachada. Por eso es tan importante contemplar la fachada y, después, abrir la puerta y entrar… Podríamos sorprendernos. Por eso, a la hora de analizar grafológicamente un escrito, no tiene sentido valorar un texto sin firma o una firma sin texto.

Una firma tiene una forma ampulosa exagerada y es de tamaño muy grande, y acompaña a un texto de tamaño normal y de formas gráficas simplificadas … ¿a quién tenemos aquí? Mientras la fachada nos muestra a una persona sencilla, humilde y cómoda en su entorno social, el interior de la casa muestra a un pavo real, orgulloso de sí mismo, “superior” al resto… Esta persona no se muestra tal cuál es, se esconde… y así suele suceder; unos se esconden tras su firma; otros se esconden tras el texto… pero la Grafología es un detective muy muy eficiente, que sabe donde buscar… y siempre encuentra.

Quedaría aún mucho por decir… Al menos he querido ofreceros un pequeño retazo más de esta ciencia que, en particular, me apasiona y con la que me gustaría al menos seducir a los lectores. Desearía haberlo conseguido, aunque haya sido sólo un poquito, con este condensado artículo. Merece la pena descubrir la Grafología, ya que descubrirla es descubrirnos a nosotros mismos.

Sandra M. Cerro – Grafóloga y perito calígrafo

https://sandracerro.com

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