Santa Teresa Grafologia

 

[Este artículo es un fragmento del libro Santa Teresa de Jesús: Patrimonio de la Humanidad. Actas del Congreso Mundial Teresiano, celebrado en Ávila en 2015, con motivo del V Centenario]

Comparar la personalidad de Santa Teresa, a través de su escritura, con la de dos personas que tuvo muy cerca en su vida, nos ayuda a entender mejor los posibles choques o afectos entre sus respectivos caracteres. El reto consiste en comparar el temperamento de Teresa primero con San Juan de la Cruz, su querido y leal compañero y, segundo, con la Princesa de Éboli, doña Ana de Mendoza, con quien los roces y desencuentros fueron constantes.

Observemos primero un autógrafo de Santa Teresa, para verlo comparado luego desde la perspectiva grafológica:

Santa Teresa autógrafo

Fragmento del Libro de la Vida, Santa Teresa de Jesús. Foto: Sandra Cerro

 

Si observamos, en la imagen inferior, el escrito de San Juan de la Cruz, de 1590, podemos apreciar una escritura de velocidad moderada y un tanto contenida, de trazo predominantemente curvo con “m” y “n” en arcada cerrada, con formas minuciosamente cuidadas, dentro de un conjunto dotado de regularidad y armonía. Estos rasgos nos hablan de un carácter templado, cauto y prudente, con una gran capacidad de autocontrol, poco dado a improvisar o a dejarse llevar por los acontecimientos según vienen. También revelan un temperamento social, pero controlado en lo que a las demostraciones afectivas se refiere. Es llamativa la separación entre palabras, que marca distancias en sus relaciones con los demás. Podría decirse que a San Juan le costaba un tanto confiar en los demás; era muy suave, cordial y afable en el trato, pero se mostraba prudente y reservado con las relaciones y afectos. Como vemos, es el contrapunto de Teresa en cuanto a temperamento: él es prudente y cauto, ella decidida y espontánea; él es introvertido, menos pasional y más autónomo, ella es efusivamente social y afectiva; a él no le falta empuje ni iniciativa, pero lleva a cabo los proyectos de una forma moderada y tranquila, mientras que Teresa es un auténtico terremoto en carácter y acción, y posee un dinamismo palpitante.

San Juan de la Cruz

Carta de San Juan de la Cruz a la Madre María de Jesús, Priora de Córdoba, en Madrid, 20 de junio de 1590. Imagen: Padre Gerardo de San Juan de la Cruz. Autógrafos del místico Doctor San Juan de la Cruz, edición foto-tipográfica, Toledo, 1913

 

Se puede observar la diferencia de vibración entre la caligrafía de uno y de otra. La emotividad de San Juan es también comedida. No se puede negar su sensibilidad, pero es mucho más racional y un tanto más frío que Santa Teresa. Ella, por el contrario, es puro fuego, y mucho más vital en cuanto a la manifestación expresa y expresiva de sus acciones y emociones.

La escritura de San Juan nos muestra a un ser tranquilo, pausado, autónomo, a un hombre meditativo, que se mueve mucho más y mejor en un mundo interior que exterior. Por el contrario, Teresa es social por naturaleza, necesita imperiosamente tener a otras personas cerca para dar, tomar, comunicar, compartir y negociar. Toda la serenidad que no se permitía Teresa, la tenía Juan; todo el empuje y actividad incesante que tenía  Teresa, no se la permitía Juan.

Curiosamente, el espíritu más femenino lo tiene él, y el masculino lo tiene ella. No es de extrañar que el pobre y paciente Juan se dejara arrastrar y convencer para embarcarse en el portentoso proyecto de Teresa. Ella ejerce el papel dominante y absorbente de la pareja; él es, en cambio, mucho más humilde, maleable, e interpreta el papel de sumiso y subordinado, en esta relación.

Resulta fácil imaginar a una Teresa parlanchina, inquieta, con una cabeza llena de planes, y relatándoselos sin parar a ese Juan tranquilo y prudente, que prefiere escucharla con mirada serena, sin meter baza, para aportar finalmente una opinión sincera y el consejo sensato que justamente hace falta. Ella es empática, es flexible en sus criterios y no intransigente, acepta las opiniones ajenas, por tanto resultaría facilísima la comunicación, el consenso y la consecución de acuerdos entre ellos.

Ella es la pasión y él la templanza; ella es la Maestra, y él es el alumno talentoso, responsable y disciplinado. Sin duda, como equipo, debían funcionar muy bien por el simple hecho de que se complementaban a la perfección.

 

La segunda propuesta para esta inédita compaginación de caracteres por grafología, es doña Ana de Mendoza, la Princesa de Éboli. Sobran biografías de ambas mujeres en las que queda constancia de los continuos choques entre ellas y de su falta de entendimiento a nivel personal. ¿A qué podría deberse esto? La respuesta es simple: eran caracteres incompatibles sencillamente porque eran demasiado iguales.

 

Princesa de Éboli autógrafo

Fragmento de carta de Ana de Mendoza a Juan de Escobedo. Pastrana, 1574 (Archivo Histórico Nacional, Simancas). Imagen: PARES, Portal de Archivos Españoles

 

No hay más que fijarse en el bien proporcionado tamaño de las escrituras de las dos mujeres. El tamaño grande en ambas, y también en ambas sobrealzado en el cuerpo central, es signo de poderosa apariencia, de un Yo social muy llamativo. Ambas tienen la necesidad imperiosa de destacar, e incluso avasallar en lo que a la imagen social, de cara a la galería, se refiere. Ninguna de las dos pasa desapercibida en círculos de sociedad, las dos poseen un carisma y magnetismo personal muy poderosos, capaces de atraer miradas y atenciones y, sobre todo, hábiles para satisfacer deseos o caprichos valiéndose de sus habilidades de comunicación y seducción.

El poderío de las dos radica también en las formas predominantemente angulosas de sus trazos, que imprimen fuerza y virilidad a estas dos mujeres. Sin lugar a dudas, son dos féminas de armas tomar.

La presión vertical que marca la escritura de Santa Teresa, se acentúa mucho más en la escritura de doña Ana, que imprime una fuerza suprema en los trazos de arriba abajo.  Ambas poseen una actitud autoafirmativa, una robusta firmeza de carácter y seguridad en sí mismas, y una notable propensión a salirse con la suya en la satisfacción de sus intereses.  Se observan también, en la escritura de la princesa, las jambas o pies de letra muy profundos, que llegan incluso a invadir los renglones inferiores, dejando constancia de sus querencias materialistas, y reforzando la intención de satisfacer sus caprichos a toda costa, aunque tenga que llevarse el mundo por delante.

Llama la atención la extraordinaria similitud en cuanto al dinamismo y vibración de las dos escrituras. Son las dos mujeres de acción, pasionales como el fuego, y ambas mentes increíblemente ágiles y despiertas, astutas, bulliciosas y profundamente creativas. Las dos son muy vitales y enérgicas, y no podrían vivir sin tener en su vida una actividad incesante. Por esto extraña que la una pusiera tanto empeño en reformar una orden de clausura, y la otra pretendiera enclaustrarse y cumplir un cometido de silencio, trabajo y oración. Los propósitos de ambas mujeres, a la vista grafológica de sus manuscritos, son tan imposibles como tratar de meter una tormenta y un terremoto juntos en una botella de cristal.

No cuesta imaginar a doña Ana, hecha un remolino, renegando de las normas e imposiciones de la Santa, incluso discutiendo con ella a vivas voces, y con malos gestos efusivos, en actitud desafiante y con el control de los nervios completamente perdido. Tal vez Teresa, más estable emocionalmente y con mayor capacidad de autocontrol, no entrase al juego del palabrerío desagradable y los gritos, pero sabría ingeniárselas para marcar su autoridad, autoafirmando su potente ego. Conseguiría templar así los ánimos de su interlocutora como si nada hubiera pasado, y finalmente tomaría sus propias armas para llevar la contraria sutilmente y salir ganando en sus propósitos. Para muestra, un botón: véase el suceso de la plantada y abandono de la princesa en el convento de Pastrana, cuando Teresa sacó de allí a todas sus monjas, con alevosía y nocturnidad.

Ver también – Video documental:  Teresa de Jesús, su personalidad en su escritura


Grafología de Santa Teresa de Jesús

 

Sandra Cerro – Grafóloga y Perito calígrafo